TU ÁNGEL GUARDIÁN
Mi sangre joven renace
escurriéndose en tus venas
centenarias.
Forjadora de sueños sublimes…
Modeladora innata de almas
sabias…
Cuna de amistades y colegas…
Perenne formadora de docentes…
Madre de todas las escuelas…
De ti nací hija del saber y del
valor,
habitando del ser cada rincón
con la misión de sembrar
educación.
Así el sello inmortal de tu
esencia,
más allá de los destinos
inmanentes,
trasciende a las generaciones
por los siglos…
Nutriente cultural donde la
diversidad comulga.
Perdurarán por siempre tus
paredes
abrigando recuerdos,
tus ventanas abiertas
cortejando al sol y a las
estrellas,
tus patios aromados vacíos de
silencios,
tus aulas pobladas de alumnos y
maestros:
los que son, los que fueron
y los que un día vendrán.
¡Escuela Normal, cuánta
nostalgia!
Son tantos tus cien años de historia en el tiempo
como este medio siglo en mis entrañas.
Cuando mi espíritu se eleve por
sobre la tierra,
ganarás al ángel guardián que
te proteja
durante tu eterna estadía en
esta aldea.
¡Es mi promesa, Escuela Normal,
símbolo de mi afecto sin fronteras!
Primera Mención Compartida Categoría “D”
Concurso
Literario “Los cien años de la
Normal”
San
Francisco (Cba.), Agosto de 2012
CUENTA REGRESIVA
En ramillete de olvidos
perecen
hoy mis recuerdos.
Una
amnesia gris garabatea
el
desprolijo mapa de mis días.
Intento
recuperar la memoria perdida,
mas
se niega el alma
y
los sentidos inmutables se resisten.
Una
ausencia de rimas y de ritmos
se
apodera de las palabras.
El
silencio se instala,
presuroso,
a ocupar el primer lugar;
aunque
sea el único espectador
en
la cuenta regresiva de mi vida.
Tercera Mención
Género Poesía Libre
Concurso Literario “Manuel Torres”
Santa María de
Punilla (Cba.), Septiembre de 2012
ACRÓSTICO
Armaste
un mundo a tu medida,
incompatible con el real.
Pudiendo
ser, no fuiste de este orbe.
Lenguaje
intrépido y hondura espiritual
fueron los dones que bebiste en esta vida.
Imposibilidad
de doblegarte a la rutina.
Estigmas
de amor no correspondido
afloraron en tu piel y
en tu alma.
Zancadilla
en la vereda del afecto.
Jugaste
con palabras de soledad y miedo,
y te enredaste en la muerte.
Anunciaste
tu partida prematura.
Ausencias
descarnadas libaron
tu corazón de niña anciana.
Rimaste
paradojas en los versos.
No
pudiste forjarte,
en esta dimensión, una morada.
Navegaste
en el medio de la nada.
Días
negros, como noches,
oscurecieron la razón de tu sinrazón.
Intentaste
un desembarco infructuoso.
Ríos
de sangre, desbordaron por tus venas abiertas
y al corazón no regresaron.
Karma
de otros espíritus que te habitaron.
Apagaste tus fuegos internos
y regalaste tu osadía de poeta a la trascendencia.
Tercera Mención en
Poesía
Concurso Literario Internacional “Alejandra
Pizarnik”
Cañada de Gómez (Sta. Fe), Septiembre de
2012
DOS ÁNGELES
El invierno pintaba de gris el paisaje.
Los árboles, casi desnudos, añoraban su atavío. El viento del sur jugaba con
las últimas hojas huérfanas. María se hizo amiga del frío y de la llovizna.
Caminó por las calles desoladas sin rumbo, sin prisa, sin pretender llegar a
ningún lugar, sin el deseo de regresar a su hogar. Ese hogar diezmado por el
destino. Ella quería olvidar, pero todos los recuerdos se agolpaban en su mente
cual peces escamosos. Con cada remembranza, su corazón se desangraba un poco
más.
¡Su cuerpo se veía tan frágil! Había
perdido veinte kilos y a ninguna dieta se lo debía… ¡Es que cuando se mastica
dolor no se puede digerir alimento alguno, ni siquiera disfrazado de manjar! La
tristeza era tan honda y negra como sus ojeras. La angustia no la dejaba
respirar y la culpa le carcomía el alma. Se sentía aislada del mundo, inmersa
en una soledad que la ahogaba. Su esposo y su hija la acompañaban, sin embargo
ella no podía reparar en sus presencias porque la ausencia de su hijo era demasiado
grande.
María ya había llorado todas las
lágrimas y, lejos de sentir alivio, advertía que su corazón se había secado
imitando a los árboles en el invierno. Sabía que la felicidad (su felicidad)
estaba perdida para siempre, que todos sus sueños y proyectos habían partido
junto al hijo. Y a su edad el útero ya no podía ser ni cuna ni abrigo. Así moría, para ella, la ilusión de nuevos
alumbramientos.
Hubo un tiempo en que una idea le
envenenó el sentimiento. Intentó armar la valija y llevarse al otro mundo lo
poco que le quedaba: sus huesos cansados y su cerebro sin memoria, casi al
borde de la locura. Alguien la animó a no bajar los brazos, tal vez el ángel
que ganó en el cielo.
Habían pasado dos años de largo duelo.
Un día, el menos pensado, su hija le anunció que sería abuela. En un instante
su vida dio un giro inesperado. El semblante empezó a teñírsele de colores. La
foto prenatal mostraba a un hermoso varón. Cuando nació fue una fiesta. La
abuela disfrutó cada segundo del acontecimiento.
A medida que el niño crecía, María
recuperaba las ganas de vivir. Empezó a dedicarse tiempo: se matizó el pelo, se
pintó las uñas, aumentó de peso, se compró ropa nueva… Y una sonrisa cada vez
más grandota se dibujaba en su rostro. Abandonó las largas caminatas que la
habían sumido en el destierro y la incomunicación. Las reemplazó por divertidas
mini excursiones a las distintas plazas de la ciudad en compañía de su nieto.
María volvió a nacer y la felicidad regresó para quedarse.
Por las noches, cuando apoya su cabeza
en la almohada, recuerda siempre a su hijo pero ya sin llanto, ya sin insomnio,
ya sin rabia, ya sin dolor… Antes de sumergirse en la profundidad del sueño,
reza y agradece por los dos ángeles: el que ganó en el cielo y el pequeño de
tres años que la llama “abuela” (dos veces mamá). Entre los dos ocupan el
universo de su renovado corazón.
Cuarto Premio -
Género Cuento
Concurso Literario “Hugo Wast” 2012
Las Varillas (Cba.)
ALMA MÍA
Te
busco alma sin poderte encontrar,
tal
vez lo haga en sitios equivocados.
Te
busco en la vorágine de la cotidianeidad acelerada,
en
mi mente aturdida por la mundanal resaca.
En
la indiferente mirada de mi prójimo,
en
la inconsciencia de sus actos,
en
la patética frivolidad de su existencia.
Te
busco alma sin poderte encontrar,
quizás
deba revisar el mapa y corregir el rumbo.
Te
busco en la soledad de mis noches de insomnio,
en
otros escenarios geográficos:
voy
a la montaña, a los valles, al río;
en
el rincón de los olvidos
y
entre la abultada carga de recuerdos.
En
la ciudad gris de mi pasado,
y en
el incierto espejismo del futuro.
Te
busco alma sin poderte encontrar,
el
tiempo conspira contra el afán de hallarte alma mía.
En
otra dimensión tienes que estar,
allí
me has de esperar -voy a tu encuentro-
yo
llevo mi anhelo de paz,
cúbreme
con las alas de lo eterno.
Mención de Honor
Certamen Internacional
“Escritura Compartida 2012”
Los Cocos (Cba.), Noviembre de
2012
DETRÁS DE LOS AFECTOS
Descorro el velo de los años y asoman
días de inocente infancia, de asombro por las pequeñas cosas. Un tiempo con
ángel de la guarda. Una vida que era abrigo tibio, camino ancho y llano,
horizonte alcanzable, jardín de flores perennes…
Hoy pasé por una plaza y un chiquillo me
pidió que lo hamacara, bien alto -me dijo- que quiero tocar el cielo. Bendito
niño -pensé- que ni se le ocurre medir
la distancia que lo separa del cielo y sólo percibe el azul profundo que lo
inunda. Se reía, mientras gritaba… ¡Lo toco! ¡Lo toco! Y yo celebraba con él,
el regreso del antiguo ángel guardián de la infancia.
Al recuperar al ángel, recobro a la niña
olvidada. Entonces, por un momento, la dura batalla de vivir deja de
embarullarme y los ojos que siempre estuvieron vueltos hacia afuera miran el
alma. Redescubren la ternura de unos abuelos que me hicieron más linda la
infancia. Intuyo que soy más feliz por haber disfrutado de ellos, cuya
presencia fue muy importante para el ser que iba creciendo dentro mío.
Mis
abuelos paternos me prodigaban todo el amor que tenían, sin guardarse
nada. Yo, en mi inocencia, los veía felices y sentía que siempre lo habían
sido. Pero un día conocí la historia de mi abuelo… Un hombre que cuando joven
llegó de la vieja Italia, escapando del horror de la guerra. Argentina lo
recibió, nueva y progresista. Económicamente le dio la posibilidad de un buen
pasar y junto a la abuela criaron a cinco hijos, entre ellos mi padre. Una
familia que le permitió renacer, empezar de nuevo, reconstruir su vida. Sin
embargo, a veces creo que todo no fue suficiente para hacerle olvidar el
estupor de los campos de concentración. Seguramente, por las noches en la
soledad del sueño y la pesadilla, resucitaban en su memoria las imágenes de la
deflagración, los gritos, los muertos y los heridos; las víctimas y, entre
estas, se habrá percibido a sí mismo con sentimientos encontrados: como un
hombre de suerte porque sobrevivió, como un tirano porque mató, como un cobarde
porque huyó… Siempre se expresaba poco,
como si la huella del desapego o de ser ajeno a
lo que sucedía alrededor tiñera
su vida cotidiana. Supongo que las representaciones del pasado interferían en
la manifestación de sus afectos, y en esa existencia solitaria y algo distante
que llevaba habrá encontrado la mejor manera de preservarse y no enloquecer.
Cuando crecí y pude elaborar esta
historia dolorosa me pregunté si habrá podido superar el destierro de su
patria, la tristeza de no haber visto nunca
más a sus padres y hermanos, el fantasma de la guerra, aquel pasado de
miseria y hambre, el momento crucial de decidir su destino…En fin, me hubiera
gustado sacar de su corazón “el sentir” que su familia vincular pudo llenar el
vacío de un ayer tormentoso. Mas la duda me acompañará siempre porque la
empatía me permitió ponerme en sus zapatos y percibir su pena.
Detrás de los afectos siempre me reencuentro con
la niña que fui, y también con el ángel guardián que me cuidaba. Si bien dicen
los psicólogos que en la primera infancia está la raíz de todos nuestros
traumas, estos no se hacen realidad hasta que los analizamos desde nuestra
mente adulta porque cuando niños todo estaba bien como era. Desde que se fue
aquella niña que jugaba despreocupada, sin miedo, con gracia, siempre contenta…
tengo la sensación de complicarlo todo, de haberme convertido en un ser serio y
calculador, lleno de inseguridades y de previsiones. ¡Siento una gran nostalgia
por la niña que fui!
Recordando a mis queridos abuelos, a través de
este relato, recupero la ingenuidad, la quietud de aquel tiempo que pasaba sin
prisa, la esperanza y los sueños, los juegos que hoy ya no juegan los niños en
las escuelas… Agradezco al chiquillo de la plaza que me pidió que lo hamacara.
El me reveló que siempre tengo la oportunidad de acercarme al cielo, rescatando
aquel pasado en compañía de abuelos.
Primer Premio - Género: Cuentos
Cortos
Concurso Literario “Acercando
distancias”
Comunidad Marchigiana de San Francisco
San Francisco (Cba.), Diciembre de 2012