miércoles, 24 de junio de 2015

Dos veces


DOS VECES

            En la habitación era irrespirable el perfume a flores. La luz del día apenas se filtraba a través del visillo de la ventana. Éramos demasiados jóvenes rodeando a Alejandra y el espacio era muy reducido. Ella estaba acostada en el centro de la cama matrimonial de sus padres. Ataviada con el vestido que recientemente había lucido en su fiesta de quince años, con una corona de flores adornando su pelo y suavemente maquillada, apenas si parecía dormida.
           
            Mientras viajaba sola en mi auto por la ruta a las cuatro de la madrugada, regresando del reencuentro con mis compañeros de la secundaria, no pude evitar que aquella imagen del pasado acudiera a mi memoria. No era para menos, esa noche habíamos compartido  vivencias de un pasado en común con el gordo Páez, hermano de Alejandra. Inevitable fue hablar de ella, recordarla, extrañarla, traerla por un instante y sentarla a la mesa junto a nosotros, hacerla parte de nuestro diálogo, pasearla por los lugares que le gustaban y no le gustaban, que quería y que odiaba, que la hacían reír y también llorar… Pero eran los únicos lugares que le correspondían a su vida de quince años.
           
            No había demasiado tráfico, igual yo conducía con precaución porque la neblina empañaba el parabrisas, dificultándome un tanto la visión. Lo único que me preocupaba, pero no al punto de causarme temor, era un auto que venía detrás, y si bien podía adelantarse, no lo hacía, pero cada vez se me acercaba más. Pude divisar también que solamente viajaba el conductor. Dejé de prestarle atención y volví a enfrascarme en mis pensamientos. Divagué hacia el pasado y nuevamente me encontré en aquel pueblito donde pasé mi adolescencia y me percibí cruzando la estación del ferrocarril, camino que hacía habitualmente para ir al secundario. Allí me detenía y el gordo Páez y su hermana se me sumaban. Caminábamos unas cinco cuadras y ya llegábamos al Instituto Capitán Gabriel del Valle. Yo me daba cuenta que la salud de Alejandra no era la óptima. Se trataba de una chica muy inteligente y bonita, pero ese rostro tan pálido y su cuerpo diminuto no eran una buena señal. Hasta que un día me enteré. Una vecina le contó a mi madre que el Jefe del Ferrocarril había tenido muy mala suerte con sus hijas mujeres. Una había fallecido cuando tenía cinco años y Alejandra, era extraño que aún no hubiera corrido la misma suerte. Parece que el padre era portador de una enfermedad  que sólo transmitía a sus hijas mujeres, una enfermedad que por cierto era mortal para las niñas.
           
            Nuevamente desvié la mirada hacia el espejo retrovisor y el auto seguía allí, mordiéndome los talones. Noté que había apagado las luces y pensé que sería para no encandilarme. La neblina se había convertido en una fina llovizna y entonces decidí aminorar aún más la velocidad.
           
            Aquella noche, durante la cena, el gordo Páez sacó dos fotos de su billetera y me dijo: “¡A ver si adivinas cuál de las dos es mi hija!”  Hubiera jurado que era la misma jovencita en las dos fotos, sólo que una estaba descolorida, como si hubiera  pasado el tiempo, mientras que la otra era muy nítida y con vivos colores. Enseguida reconocí en la joven de la foto, el rostro de Alejandra que estaba como entonces, como en nuestra época de estudiantes, como la última vez que la vi, dormida, en el lecho de los padres. Jamás me quedé con la impresión de ella muerta porque no parecía estarlo.
           
            El auto que venía detrás había encendido las luces, decidido a  franquearme. Bajé todo lo que pude la velocidad para que pasara de una vez porque ya me estaba poniendo nerviosa. Cuando volteé la cabeza hacia el costado izquierdo, lo tenía al lado. No reconocí al conductor. Sin embargo cuando logró ponerse delante de mí, vi con estupor la calcomanía que llevaba en el vidrio trasero. En la calcomanía rezaba: “Alejandra 1980 – Alejandra 1995.”  Súbitamente regresé al momento en que estaba mirando las fotos, cuando con lágrimas en los ojos el gordo Páez me decía: “Alejandra murió dos veces, tengo la misma enfermedad que mi padre.”


Silvana María Mandrille

Mención en Cuento Corto
Concurso Provincial Literario Falla 2014
Alta Gracia (Cba.), Junio de 2015


La Municipalidad de Alta Gracia informa que el Jurado del Concurso Provincial Literario Falla 2014, integrado por Cecilia Pacella, Eloísa Oliva y Norberto García Yudé, ha otorgado las siguientes distinciones:

GÉNERO CUENTO:
1º Premio: “A no esperar se aprende” - Julián Manuel González (Alta Gracia)
2º Premio: “Fierros” - Jorge Flores Soler (Alta Gracia)
1º Mención: “Jorge no siempre…” - Emiliano Salto (Córdoba)
2º Mención: “Las moscas de Pizarro” - Walter Hugo Villarreal (Alta Gracia)
3º Mención: “Dos veces” - Silvana María Mandrille (San Francisco)

GÉNERO POESÍA:
1º Premio: “Finalmente” - María Julia Guzmán (Córdoba)
2º Premio: “Pianista” - Daniel González Rebolledo (Gualeguay)
1º Mención: “La Primera Luz” - Jorge Flores Soler (Alta Gracia)
2º Mención: “Conversaciones con un terapeuta lacaniano” - Virginia Acha (Córdoba)
3º Mención: “Nosilatiaj” - Fernando Gabriel Zabalza (Córdoba)


No hay comentarios.:

Publicar un comentario